La
palabra "Filosofía" se empleó por primera vez en la Grecia Clásica
para designar una actividad de conocimiento dirigida a la comprensión racional
del mundo y de la vida humana. Esta actividad supuso la superación de las
explicaciones míticas, narraciones de carácter sagrado que explicaban el origen
y el funcionamiento del cosmos personificando las fuerzas de la Naturaleza.
La
primera sociedad occidental que produjo un tipo de pensamiento fuera de los
esquemas míticos fueron los griegos de Asia Menor y del Sur de Italia, en el s.
VI la. C., lo que los convierte en los iniciadores de nuestra tradición
científico-filosófica.
Para
los antiguos griegos, la palabra “Naturaleza” (physis en griego) tenía
un doble significado: conjunto de todas las cosas que hay en el Universo
(exceptuando las producciones humanas) y constitución o estructura interna de
un ser, es decir, su esencia, aquello que hace que sea lo que es. Los griegos
creían que las cosas tenían una esencia permanente e igual para todas las
cosas de su clase, y una manera de manifestarse que puede ser múltiple y
cambiante (ej.: el agua es siempre agua, pero se manifiesta de diferentes
formas: sólida -hielo-, líquida y gaseosa -vapor-).
Veían
la Naturaleza como un todo dinámico y ordenado, pues observaban que los cambios
naturales seguían un orden: las estaciones se suceden siempre igual, si
plantamos un piñón no nacerá un olivo sino un pino... Por tanto, la Naturaleza es un Cosmos (palabra que en griego significa “orden”).
Confiaban en que existían unas leyes naturales necesarias y
universales que había que desvelar.
Consideraron
que para descubrir dichas leyes naturales se necesitaba la razón, pues
los sentidos solo nos muestran una realidad múltiple y cambiante, sin captar la
esencia última de las cosas, sus leyes internas.
Esta
valoración preeminente de la razón
frente a los sentidos influyó mucho en toda la filosofía posterior. Así, por ejemplo,
en el s. V a. C., Sócrates defendió que solo a través del diálogo
racional se puede descubrir las esencias de las cosas, las verdades
universales.
Es considerado el creador de la Ética, entre otras cosas, por ser el primero
en teorizar sobre el bien y la justicia
como conceptos universales, defendiendo que estos conceptos no pueden
depender de la época o del lugar: lo que es justo, tiene que serlo siempre y en
cualquier parte. Sólo es cuestión de reflexionar y dialogar de modo riguroso
entre todos para darnos cuenta de ello.
Con su
método dialógico, este autor pretendía combatir las ideas de los sofistas,
un grupo numeroso de "humanistas" griegos que destacaron por su escepticismo
y relativismo: creían que la razón humana no podía conseguir el
conocimiento verdadero sobre el mundo, pues la realidad no es otra cosa que lo
que experimentamos cada uno y esto es tan solo una pequeña parte de todo lo que hay.
Además, nuestra percepción depende del estado de nuestras facultades
sensitivas, que varía de acuerdo con las circunstancias y la persona. De este
modo, la realidad es diferente para cada uno de nosotros, por lo que no existe
una verdad objetiva y universal, sino múltiples verdades relativas,
todas ellas igualmente válidas.
Por
otra parte, estas verdades son relativas por proceder del acuerdo y la
convención (nomos), de modo que lo justo y lo injusto es una simple
opinión o acuerdo entre las personas de cada sociedad (convencionalismo
moral). Se considera que en esto influyó el hecho de que todos los sofistas
viajaran mucho, conociendo culturas muy diferentes. En su contacto con otros
pueblos, observaron la falta de unanimidad sobre lo que es bueno o justo y la
diversidad de normas sociales y costumbres.
Hay que decir que Sócrates no negaba dichas diferencias
culturales ni la falta de unanimidad sobre el significado de los términos
morales, pero creía que esto no significaba que fuera imposible llegar a un
acuerdo: si nos esforzamos en dialogar y buscar lo que es la “justicia” o el “bien”,
por encima de las opiniones subjetivas de cada uno o de cada cultura, conseguiremos un término
válido para todas las personas y situaciones, es decir, un concepto universal.
Hay
que decir que ambas posturas filosóficas tienen sus virtudes y peligros. El relativismo fomenta la tolerancia y el respeto ante las
diferentes culturas, pero encierra una indiferencia y pasividad que
impide el diálogo entre ellas, además de degenerar en un "Todo vale". El universalismo puede caer en el dogmatismo y la
imposición, aunque también ha contribuido a ideales como los Derechos Humanos.
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